Dentro del mundo del vino hay una gran riqueza de conceptos para describir la impresión que nos causa un determinado vino a la hora de su cata. Desde Bodegas Copaboca, queremos explicar una de estas apreciaciones para que tanto bebedores ocasionales como los más sibaritas se entiendan cuando traten de describir esa percepción. Hablamos de la longitud de la sensación, un concepto que seguro llamará la atención a más de uno en cualquier charla informal.
La experiencia de degustar una copa de vino, ya sea acompañándolo de un maridaje con algún plato o sin más protagonista que el propio vino, no debe ser un placer efímero, fugaz, sino que tiene que dejarnos un recuerdo, conseguir activar nuestros sentidos para poder prolongar la impresión.
Cuando degustamos, hacemos referencia al color, al cuerpo, al olor y al sabor. Este detalle tan importante es el que finalmente nos dejará un recuerdo de ese vino, por eso la importancia de la longitud de la sensación. Tenemos que perpetuar este concepto en nuestros sentidos para que podamos identificar y asociar ese vino con lo que nos transmite.
Las sensaciones que percibimos durante la fase de ataque (cuando empezamos a degustar) son las que nos orientarán sensorialmente a reconocer la tipología: seco o dulce.
El paso en boca ya nos permite distinguir los sabores ácidos y amargos, también su textura, su aspereza o su suavidad.
Y la impresión final, que nos lleva a detectar los taninos de la uva empleada y de las maderas de su almacenamiento.
Todo este proceso nos puede llevar entre 15 y 20 segundos, con especial relevancia al paso en boca, que ya debe ocuparnos de 5 a 10 segundos para que podamos captar la emoción que nos transmite.
Es evidente que además del sabor, el aroma del vino también es de gran importancia, ya que contribuye a afianzar el recuerdo, pero sin duda la longitud de la sensación es la que persistirá en la memoria para asociarlo a nuestra particular clasificación y al maridaje con los platos.